Penny de Henríquez
¿Sabe usted lo que es una conversación amena, larga, con risas, asombros, misterio, voces que suben y bajan según el contenido, mientras se saborea un delicioso y espumoso capuchino?
Tal vez ya no.
Cuando mis hijos eran aún pequeños, salíamos algunas veces en familia a comer fuera de casa, y apenas nos sentábamos comenzaba la tertulia familiar, los cuentos y las anécdotas escuchadas por todos con gran interés. ¡Toda una aventura!
Aunque seguimos practicando esa costumbre, hoy día ya no es lo mismo: todo se ha perdido en el laberinto de los celulares, iPad y otros aditamentos de la vida moderna.Las parejas, los amigos o los parientes ahora llegan a un restaurante o club no sé para qué juntos, porque en verdad lo único que hacen es comer en silencio mientras que, de la misma manera que antes, mantienen conversaciones amenas, largas, con risas, asombros, misterio, voces que suben y bajan, ¡pero en los aparatos!
Nadie habla ni se mira.
Las conversaciones de pareja o de grupo quedaron rezagadas para dar paso al chateo, twitter, Facebook, internet…Antes, lo primero que hacíamos al levantarnos era saludarnos, darnos un beso y desayunar juntos mientras se hablaba de la faena del día.
Ahora, tomar el aparatito, que de hecho se deja casi a la mano junto a la cama, para empezar la tarea de las comunicaciones.
Por eso los adolescentes son casi inválidos mentales, puesto que no tienen que ejercitar el cerebro ya que a un solo toque de los dedos consiguen lo que quieren.Hasta se ha perdido el pudor, porque en otros tiempos para hablar por teléfono uno se alejaba a un rincón donde nadie escuchara la conversación.
Ahora todos gritan frente a frente sin ningún recato, casi con cierto orgullo de mostrar a los demás que también están en “eso”.Se puede andar sin licencia, sin cédula y hasta sin dinero, pero jamás sin un aparato que mantenga comunicados al minuto con quien sea y para lo que sea, pero comunicados. Algunos viven esperando esa llamada de emergencia que nunca llega, y otros la oportunidad de un negocio recóndito casi imaginario, pero motivos no le faltan a nadie para estar allí pegados.
Consejos:
Si usted no es doctor, bombero, policía o periodista, no ponga su celular en la mesa cuando esté comiendo:
Apéguelo y resístase a mirarlo cada cinco minutos.
Créame, el mundo no se va a acabar, ni nada importante va a pasar mientras esté apagado.
En sitios cerrados como cines, teatros, hospitales, museos, bibliotecas, no lo lleve.
Así como digo siempre cuando hablo de alimentación sana, que lo que no se compra no se come, lo que no se tiene, no se usa.Si por motivos muy especiales tiene que cargarlo consigo, por lo menos tenga la educación de ponerlo en vibración y salir a un lado para contestarlo.
Cuando converse en un celular, hágalo en un tono de voz que solamente escuche la persona con quien habla y no todo el público a su alrededor.
Y si va caminando por la calle y tiene que contestarlo, procure no ser tan histriónico, no haga gestos exagerados con las manos y brazos, que quien le habla no puede verlo, pero sí quienes pasan a su lado.
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