Penny de Henríquez
El término maquillaje viene de la jerga teatral: antes estos productos se denominaban afeites, composturas o remilgos.
Además de llamar maquillaje al arte de decorar la piel para obtener un mejor aspecto, también se define así a los productos usados para ese fin, a los que nombramos maquillaje o cosméticos.
La gente se maquilla desde la antigüedad, de distintas formas y con diferentes artificios, pero siempre con igual propósito: mejorar la apariencia.
Las mujeres egipcias resaltaban sus ojos y párpados con colores fuertes que obtenían mezclando tierra, tinta y cenizas.
El verdadero apogeo del maquillaje lo encontramos en la corte de Francia, donde se blanqueaban la piel del rostro con polvos y cremas nacaradas brillantes hechas con azufre, lo que algunas veces provocó envenenamientos.
Desde entonces hasta nuestros días la cosmética ha dado muchas vueltas y hoy ha desarrollado un gran mercado que genera ganancias millonarias y millones de mujeres satisfechas.
Lo que sí es cierto es que todas las mujeres nos maquillamos, las que nos gusta y las que no también, aunque cada una lo haga a su estilo: unas mucho, otras poco y pocas casi nada, pero todas lo hacemos de alguna forma.
Las muy jóvenes se maquillan muy sutilmente, de manera casi natural, y a medida que van pasando los años, incrementan su uso como una forma de atacar las marcas que el tiempo deja como tallas. ¡Gran error! Debería ser todo lo contrario, a más años menos afeites, para no evidenciar justamente lo que queremos disimular: el paso de los años.
Todos coleccionamos marcas y arrugas que el paso del tiempo va esculpiendo cual huella de chaparrón de octubre en terreno yermo, y no hay maquillaje, cremas ni pociones que puedan impedirlo. Tal vez una cirugía drástica lo logre por un tiempo, con el agravante de que, salvo muy pocas excepciones, no solo se pierdan las arrugas, sino también la expresión, los rasgos y el propio yo.
(Me recuerda a una amiga a quien me encontré hace poco en un supermercado luego de no verla por muchos años. Como no la reconocí, pasé a su lado sin saludarla, hasta que me dijo “no me recuerdas, pero si yo no me he hecho nada”. Ambas nos reímos mucho).
Pero no hay duda, el maquillaje bien aplicado puede ser un aliado y hacer milagros.
CONSEJOS PARA MAQUILLARSE ADECUADAMENTE
- El maquillaje no debe ocultar lo negativo de un rostro, sino resaltar lo positivo.
- No se maquille para transformarse, sino para darse seguridad.
- El maquillaje no tiene que combinar con los colores del vestuario.
- El maquillaje es para arreglarse, no para restaurarse.
- La máscara de pestañas o rímel no debe dejar grumos o las pestañas “enmarañadas”.
- No permita que sus ojos compitan y se peleen con su boca: destaque solamente uno de ellos cada vez.
- No se marque demasiado las cejas con el lápiz, procure que luzcan naturales.
- Durante el día debe ser tenue y más marcado para la noche.
- No se repinte los pómulos con el brush como si le hubieran dado un golpe: naturalmente no son así, a menos que viva en Finlandia expuesta a su intenso frío.
- Ir a la oficina con un maquillaje exagerado no es apropiado, pero tampoco lo es llegar con la cara lavada. Aléjese de los extremos.
- Maquillarse no es elaborar un nuevo rostro; es darle toques para que no luzca desvestido.
- Algunas veces, por restricciones sociales que se deben cumplir, (usar uniforme, por ejemplo), el maquillaje, el cabello y el perfume es lo único que dice quiénes somos. Lúzcalos bien.
Hay otros consejitos sobre el tema, pero estos son los más importantes. Sígalos y arréglese de manera que se vea muy bien y se sienta mejor, con estilo y elegancia.
Póngase los tacones, tome su bolso y salga a vencer al mundo. ¿Quién dijo que no podemos?
¡Si ya es nuestro!