HomeArteEl sombrerero de oajaca (Relatos de Penonomé)

El sombrerero de oajaca (Relatos de Penonomé)

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Dr. Arnulfo Arias Olivares  

Iginio Martínez vive en el extremo de la comunidad de Oajaca; más allá del puente colgante, más allá de la casa local, más allá de ese final de lo que pareciera ser caricatura de un camino serio. Para llegar hasta su hogar, hay que cruzar el río Zaratí en dos tramos, saltando de una piedra de escalón a otra, en el verano; subiendo a loma limpia por los lomos de esos caminos que rodean como cintura las montañas. Allí, en su casa, lo encontramos descansando en el portal de tierra apisonada. No falta el compañero fiel de las campiñas; perro receloso y amarrado, que recibe a los extraños con ladrido desconfiado. Nos saluda Iginio cordialmente, sorprendido de vernos internándose hacia esos rumbos, donde las comunidades se diluyen y hay pocos vecinos, y nos invita a descansar también. Un hombre sin reloj y sin apuro. Apartado de los ajetreos de la ciudad y refugiado en lo profundo de los campos, comienza a verse vida, muerte y tiempo desde otra perspectiva resignada. Las horas se hacen soles y las lunas soles. Un pequeño radio lo mantiene conectado con el mundo.  

Le pregunto por unos sombreros que resaltan, allí medio tejidos, resguardándose del sol en el pasillo fresco de su casa. Resulta ser el hombre un artesano, con un don excepcional para tejer la fibra seca y amoldable de la palma de bellota. Tres semanas toma el arte entretejida de un sombrero, desde el hilo suelto hasta la terminación en ala redondeada que resguarda de los soles veraniegos y que engalana hasta los desgarbados. Nuestro sombrero pintao; nada tiene que envidiar a otros y a otras latitudes. Hechos por la mano cuidadosa de esos sombreros que, en patrones esmerados, van tejiendo la estructura blanca y negra de la fibra seca. 

Le pregunto por el costo de su arte. Tres semanas de trabajo y de dedicación tienen el precio injusto de mercado que no pasa de unos US 35.00, en la montaña. Sin embargo, Iginio sigue con empeño su llamado en una ingrata profesión. Podría hacer otras cosas; podría hasta trabajar la tierra y, tal vez, sería mejor remunerado; pero prefiere dedicarse a hacer la magia del sombrero, entregando horas a ese trance del tejido diminuto, que no filtra ni siquiera el viento y al que no traspasa el agua. El hombre y el sombrero de los campos; iguales que el artista y su creación. Estoy ya convencido de que en el sombrero queda escrita parte de esa vida silenciosa de los campos, y la de entrega de horas de sosiego y de tranquilidad se marcan en los puntos del tejido; que son esos sombreros un legado del folclor del campesino que algunos solo tejen y otros solo lucen.

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