EL ESPEJO ROTO DE LA INTEGRACIÓN NACIONAL

Todos nos reflejamos en el espejo roto de nuestro país, fragmentado por falta de cohesión, emparchado aquí y allá entre unos y otros grupos que pretenden aislarse, cuando todo lo que logran es la distorsión de su propia imagen que la forman todos. Pero ¿cómo nos hemos convertido en lo que somos hoy como nación? Decía William James, uno de los padres de la psicología moderna, que no tenemos sino actuar un papel para que éste cobre realidad en nosotros. Así, anteponía la conducta externa como factor que moldea y transforma la personalidad.

En los países sucede algo similar. Si el país se encuentra fragmentado y dividido, no tanto por la geografía, sino por factores materiales de falta de interconexiones viales, entonces, nos encontramos divididos, y ese espíritu de la unidad que reina y unifica las naciones, se ha encontrado ausente aquí, principalmente, por ese tipo de razones. No hay una comunidad aislada, sino cientos de ellas, a lo largo y ancho de nuestro territorio. El asfalto queda relegado y condicionado, muchas veces, al tendido eléctrico; sólo donde hay postes hay calles asfaltadas. El resto son caminos de penetración, trochas y sendas que la planta de los pies ha abierto.

Ha sido así por mucho tiempo; más de lo que quisiéramos nosotros entender. La carretera Interamericana, única arteria de importancia que recorre el país casi por completo, tomó más de 50 años en terminarse; y fue gracias a la tenacidad y empeño de la propia población que se hizo ese proyecto realidad. Para el año de 1953 se inició una campaña de donación de sacos de cemento que, luego de algunos meses, ya había acumulado la suma astronómica de 195,000 sacos, con el esfuerzo conjunto de la propia población. Esa visión de la importancia de la integración nacional no ha podido replicarse desde entonces, de manera tan significativa.

Hoy nos encontramos en medio de esa fragmentación brutal, con centros urbanos que tienen, por ejemplo, una sola vía importante de interconexión y con otros; o que simplemente desembocan en calles sin salida que no marcharon más hacia su desarrollo. Típico ejemplo de esa realidad lo podemos ver en esas calles que solo van de océano a océano desde Chiriquí hasta Bocas del Toro, o desde Colón a Panamá. El resto de la costa norte se ha quedado aislada, congelada en el tiempo como si fuera una pintura rupestre y sin que ningún gobierno, hasta ahora, se avoque a la tarea de interesarse en ese desarrollo pleno de nuestra nación, que sólo puede darse plenamente con las vías de comunicación.  La operación minera de Cobre Panamá, a la que una sentencia puso cruz y entierro ya, mantenía una vía para extracción de los metales -y quién sabe qué otra cosa- que cruza desde Penonomé, a lo largo de la Pintada y hasta el Puerto Rincón en el Distrito de Donoso en Colón. Esa es otra de las vías prometedoras para el desarrollo y la integración nacional.

Se podría perfectamente utilizar para impulsar centros logísticos de carga terrestre que podrían desembarcar en ese puerto, cruzando la Provincia de Coclé y dándole oportunidad a nuestras poblaciones olvidadas de encontrar un potencial de desarrollo pleno. Esa infraestructura debía revertir al Estado a la terminación del contrato, en cuarenta años; afortunadamente, los tiempos se han acelerado, y tenemos que aprovecharlos. La vía hacía Puerto Rincón, en el Atlántico, sería el comienzo de la integración y desarrollo vial de nuestro país, con el potencial de hacer enlace desde el puerto minero hasta los puertos de Colón y prometiendo la interconexión de todo el norte de la República, hasta alcanzar las costas de Veraguas y el Archipiélago de Bocas del Toro. Si no tenemos visión de desarrollo integral, quedaremos olvidados en el tiempo, como esos pueblos fantasmas del lejano oeste, que se visten hoy solo del polvo del pasado. Los desarrollos integrales se inician así; adelantando rieles a los trenes que todavía ni siquiera se hayan puesto en marcha, o haciendo vías hasta los pueblos cuyos nombres no figuran todavía en los mapas.

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